La luz más blanca | Un vistazo a las sierras de Málaga y Cádiz

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Por Antonio Montes

Apenas una hora en coche separan a la muy cosmopolita Marbella de una de las joyas de Andalucía: la ruta de los Pueblos Blancos. Complementarios en sus muchas diferencias, la Costa del Sol, con sus playas, sus hoteles, los cientos de miles de turistas y sus tiendas de lujo, es un punto de partida perfecto para conocer el conjunto de localidades que llenan las sierras de Málaga y Cádiz.

Como entrada inmejorable, encontramos a la majestuosa Ronda, colgada del imponente Tajo, una ciudad mágica que solo puede compararse consigo misma, acogedora, detenida en el tiempo, empeñada en guardar su propia esencia hecha de historia y leyenda. Durante siglos sus calles han visto deambular a visitantes ilustres que se enamoraron de ella: Rilke, Hemingway, Orson Welles y tantos otros que nunca pudieron olvidarla. Perderse entre sus muchos monumentos, pasear sin un itinerario fijo, dejándose llevar entre casas y palacios, iglesias y miradores que se alzan sobre la garganta que abrió el río Guadalevín y que constituye la postal más famosa de esta ciudad: su Puente Nuevo, elegante y altivo, haciendo que ese tajo sobre la roca se convierta en un punto de encuentro más que en un motivo de separación entre las dos mitades de la ciudad. Cita inexcusable son la plaza de toros (la más antigua de España), la Colegiata de Santa María, los baños árabes, las ruinas romanas de Acinipo y las vistas desde la Alameda, que impresionan a todos los que se asoman a la rejería de sus balcones.

A pocos kilómetros de Ronda encontramos diseminados por la sierra una multitud de pequeños pueblos donde la luz del sol es aún más blanca a fuerza de reflejarse en sus paredes encaladas. Son pequeñas poblaciones rodeadas de olivos, enclavadas las más de las veces en un equilibrio casi milagroso, apenas detenidas en las laderas de montes que parecen incapaces de sostener el peso de las casas. Se trata de parajes de una singular belleza y una gran riqueza natural, encontrándose dos de los parques naturales más importantes de Andalucía, el de la Sierra de Grazalema y el de los Alcornocales.

La mera mención de sus nombres trae a la mente remembranzas de su origen árabe: Zahara de la Sierra, Olvera, Algar, Benamahoma, Alcalá del Valle, Benaoján o Montejaque son algunas de estas poblaciones, todas merecen una visita, un paseo tranquilo por sus calles, por sus iglesias y palacetes, disfrutar de su rica gastronomía, de sus fiestas populares, sus tradiciones y también de una nueva costumbre que poco a poco se va afianzando: la recreación de episodios históricos singulares en la vida de estos municipios, recreaciones en las que participan los propios vecinos, vistiendo ropajes de época y decorando las calles y rincones de tal manera que por unas horas nos podemos sentir como si hubiéramos viajado varios siglos en el tiempo.

Y sobre todo, podemos encontrar en estas sierras unos parajes naturales incomparables, llenos de restos prehistóricos (como el Dolmen de la Giganta, en Montejaque, o la cueva de la Pileta, en Benaoján), especies endémicas (el famoso pinsapo, un abeto propio de estas sierras y motivo de especial protección dentro de la Reserva de la Biosfera del Parque Natural Sierra de Grazalema), algunas de las simas más profundas del mundo, impresionantes barrancos que han hecho de estos lugares un objetivo primordial de los amantes del riesgo y los deportes de aventura, y un largo etcétera.

Entramos en esta ruta por una localidad imprescindible y salimos por otra que también lo es: Arcos de la Frontera, al que muchos consideran uno de los pueblos más bonitos de Andalucía. Encaramada en una peña de casi cien metros de altura, su casco histórico de aire morisco y medieval, sus murallas, iglesias y mansiones de origen noble hacen de este rincón un lugar perfecto para terminar nuestro recorrido, asegurando de que cada minuto invertido en recorrer los Pueblos Blancos es un minuto aprovechado al máximo.

 

 

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